A lo largo
de la historia, cuando las víctimas ha alcanzado por fin el poder, en no pocas
ocasiones —y en un lapso por lo general bastante corto—, han acabado
convirtiéndose en verdugos y cometiendo a menudo atrocidades incluso peores
a las que vivieron confundiendo de este modo venganza con justicia. Pareciera que,
además de cegarlas, el resentimiento las moviliza, las guía y justifica y
entonces ya nada puede detenerlas y mucho menos satisfacerlas en la búsqueda de
la tan anhelada compensación, en la búsqueda de esa indemnización de la
dignidad herida que creen merecerse. A veces nada nos complace más que ver de rodillas a aquellos que nos han infligido alguna afrenta. ¿Y
quién se detiene a pensar que se comporta como un villano cuando en realidad lo
que se está buscando es justicia?
“Oleanna”, de David Mamet, nos habla de este
asunto tan complejo como antiguo. También aborda la problemática de quienes
ambicionan, desean y luchan por el ascenso social en una sociedad que se los
niega. Y para tratar estos asuntos tan peliagudos, tan enmarañados, se vale de
una sencilla premisa: una estudiante universitaria que va al despacho de su
profesor para reclamar la nota de un trabajo académico. A partir de esta simple
anécdota, Mamet construye una metáfora en la que cabe una buena parte de la
historia de la humanidad.
Quienes
seguimos a Mamet sabemos que en sus piezas no suele plasmar un mundo en blanco
y negro, sino que en ellas el autor intenta representar, en la medida de lo
posible, el gran espectro de matices, de grises, que pueden llevar de un color al
otro. Quizá por este motivo, con frecuencia muchos espectadores se sienten incómodos
viendo uno de los montajes de sus obras porque de pronto se descubren
desubicados al tratar de elegir (o eligiendo) un bando. “Oleanna provoca desasosiego
e incertidumbre en este mundo donde necesitamos identificar claramente quién es
el malo y quién es el bueno y si no llegamos a descubrirlo realmente es porque
todos somos esa estudiante y todos somos ese profesor. Todos hemos luchado
alguna vez para que nuestra razón impere sobre la razón del otro, ya que no
queremos asumir que lo que no se entiende nos asusta”, ha dicho Luis Luque,
director del montaje.
Para el
espectáculo, Luque ha optado por un escenario limpio, de elementos limitados,
apenas un par de sillas y un escritorio, pero montados sobre un artilugio que,
a medida que avanza la trama, permite al público constatar el cambio de roles
que se produce en la pieza.
Las
interpretaciones de Fernando Guillén Cuervo y Natalia Sánchez son sencillamente
magistrales, marcando con precisión el ritmo de la trama, yendo de la contención
a lo explosivo en determinados momentos, respetando así el delicado mecanismo
de relojería que Mamet ha imbricado en su obra.
Tras la función de “Oleanna” me he puesto a reflexionar sobre el victimismo, que es como una especie de monstruo de mil cabezas, por lo general insaciable, que apenas encuentra un resquicio adopta la actitud de creerse con derecho a todo.
Tras la función de “Oleanna” me he puesto a reflexionar sobre el victimismo, que es como una especie de monstruo de mil cabezas, por lo general insaciable, que apenas encuentra un resquicio adopta la actitud de creerse con derecho a todo.