Sábado
20 de febrero de 2016. Tarde agradable en Madrid; de poco frío. A las afueras del
número 4 de la calle Julián Romea hay alguna gente arremolinada. Tras una corta
espera las puertas de acceso a la sala Cats son abiertas. El reloj marca las
20.15. Quince minutos después de la hora prevista.
Dentro
un grupo de personas se mueve de un lado a otro. Han ido accediendo a la sala a
cuentas gotas, poco antes que nosotros, el público general. Supongo que se tratan
de amigos y conocidos de los miembros de las bandas que tocan hoy.
La
sala es alargada y amplia. Calculo que tendrá capacidad para unas mil personas.
O una cifra aproximada. A ambos lados de la pista hay dos barras; más extensa y
mejor surtida la de la izquierda que la de la derecha. De hecho, la primera, la
de la izquierda, es la que despacha bebidas a los interesados. La cabina de
luces y sonido se encuentra a unos pocos metros de cruzar la entrada y, justo
al frente, hacia el fondo del local, destaca el escenario.
Continúa
llegando gente de diversas edades y fisonomías mientras por los altavoces se cuela
el “Welcome to the Jungle” de Guns N’ Roses. En algún momento mi acompañante
hace una broma refiriéndose a la escena del bar de aquella peli de Robert
Rodríguez en la que se mezclan criminales y vampiros.
Río
celebrándole la ocurrencia.
A
las nueve menos veinte, aproximadamente, suben al escenario los Blackbox. Me
cuesta bastante apreciar su música punk-rock porque el sonido no ayuda. Ni
siquiera cuando habla su frontman puedo
entender bien qué es lo que dice. Pese al esfuerzo de sus miembros, la
banda no consigue enganchar a parte del público que parece haber ido a Cats sólo
a ver al cabeza de cartel y no a teloneros.
Apenas
Blackbox baja y suben los chicos de ’77
(Seventy Seven), la gente comienza a
acercarse, a ocupar y a abarrotar los alrededores del escenario.
Mi
acompañante y yo los imitamos.
Desde
luego existen también los cautos, esos que no se acercan demasiado, que en un
principio prefieren mantenerse a cierta distancia del escenario, pero que a
medida que avance la actuación de ’77, se irán uniendo poco a poco al resto.
La
banda arranca su directo con “We’re ’77” (“We’re ’77 and we’re ready for rock
and roll”) un fragmento de “Promised Land”, tema incluido en su segundo trabajo
de estudio, High Decibels. Tan pronto
escuchamos los primeros acordes, todos los que estamos allí sabemos que esta
vez se trata de otra cosa. El público se engancha de inmediato y el ambiente se
anima. El sonido es nítido, cada instrumento se distingue en su justa medida y
la voz aguda y ligeramente nasal de Armand Valeta, frontman y segunda guitarra de ’77, nos arropa con su particular
registro. A leguas se nota que estos chicos llevan a sus espaldas kilómetros de
carretera y se han subido a muchísimos escenarios. Vamos, que dominan a su
antojo la escena.
Puro
virtuosismo, espectáculo y rock and roll.
A “We’re
’77” sigue “High Decibels”, tema homónimo de su segundo álbum que caldea aún más
la temperatura de Cats. El tema exuda
energía y la contagia; pronto el público acompaña a la banda con los coros. LG,
guitarra líder de la agrupación, se marca un primer y magnífico solo. No será
el único. A lo largo de la presentación hará otros cuantos para deleitarnos con
el talento enorme que tiene para la guitarra.
Toca
el turno a dos temas de Nothing’s Gonna
Stop Us, el más reciente trabajo de estudio de '77, lanzado
el pasado mes de noviembre y que se encuentra promocionando con giras por Europa
y España y que los ha traído a Madrid: “It's Alright” y “Nothing’s Gonna Stop
Us”.
Lo
de estos chicos es el hard rock setentero (el atuendo vintage de Armand es una evidente declaración de intenciones), ese
rock rítmico y melodioso con profundas raíces en el blues, el folk y el jazz
cuyos mejores representantes son bandas como Led Zepellin, Deep Purple y AC/CD,
por hablar de las más conocidas y populares.
Uno
de los momentos estelares de la noche llega con “Things You Can't Talk About”, también incluido en High Decibels. LG acomete
otro de sus magníficos solos y, en determinado instante de su actuación, decide
bajar del escenario y mezclarse entre el público mientras no para de hacer
gemir a su guitarra. El público
enloquece y al concluir “Things You Can't Talk About”, aplaude a rabiar y corea:
“¡Seventy Seven!”, “¡Seventy Seven!”, “¡Seventy Seven!”… Y más adelante
volverá a corearlo en dos o tres ocasiones. Al respecto de este entusiasmo
mostrado por el público, LG dice: “Teníamos una espinita clavada”, y se toca el
pecho, “con nuestras anteriores presentaciones en Madrid, porque la gente había
respondido más bien ‘regulín’… Pero hoy, esta noche, sois los mejores…”.
Y, por
supuesto, nueva ovación.
Hay
otros tres momentos en los que el público se viene arriba, vibra y ovaciona a
la agrupación: cuando Andy Cobo hace su estupendo solo de batería al final de “Tightrope”;
cuando la banda interpreta “The Hammer”, de Motörhead, en tributo a Lemmy Kilmister;
y cuando Armand nos pide que coreemos el nombre de Bo Diddley, contemporáneo de
Chuck Berry y Little Richard.
Para
el cierre, ’77 ha reservado “Big Smoker Pig”, otro de los temas de 21st Century Rock, su primer álbum, que algunos
fans conocen bien y cantan junto a la banda. Hasta yo, de pronto, me sorprendo entonando
el pegajoso estribillo.
Acabado
el concierto, vueltas las aguas a su cauce, decido, antes de abandonar la sala,
pasarme por el lavabo. De camino a los servicios, que están a un lado del escenario,
veo que un espectador vestido de negro, con una protuberante tripa y un vaso de
cerveza en la mano, le dice a Andy Cobo, a quien tiene enfrente: “Eres el puto
amo, chaval. Tocas la batería como los dioses”. Y me pareció ver que en la
expresión de Andy había más susto que complacencia.
En
la calle, junto a mi acompañante, confirmo que con la entrada de la noche ha refrescado bastante. Me siento bien,
con esa sensación cercana a la felicidad que sólo la buena música puede brindarle
al alma, y en mi cabeza no para de retumbar el coro de unas de las canciones que
’77 ha interpretado en su enérgico y poderoso directo: “We Want More Rock And
Roll”.
*La imagen que acompaña al post es cortesía de Raúl García