jueves, 25 de octubre de 2007

La perfección de la esfera


Para los habitantes de la Grecia antigua, la esfera representaba la figura geométrica perfecta. Según Borges, el argumento de dicha afirmación lo escribe Platón en una de sus obras, El Timeo, y parte del hecho verificable de que cualquier punto de la superficie de una esfera equidista de su centro. Un razonamiento formal, fría y debidamente lógico, viniendo del maestro de Aristóteles.

Pero lo cierto es que muy pocas cosas en nuestro mundo, por decir lo menos, suelen aproximarse a la perfección. Quizás por ello el balón de fútbol, en sus inicios, comenzó siendo una figura amorfa, pesada y bastante alejada de la esfera veloz y liviana que conocemos hoy. De acuerdo al criterio de algunos entendidos, la prehistoria del balón de fútbol —como tantos otros inventos que han servido y sirven a la cotidianidad de los seres humanos— tendría su origen en la China milenaria.

Sería durante el gobierno de Fu-Hi que un individuo de tez amarilla y ojos rasgados se entregó a la curiosa tarea de apelmazar cerdas de origen vegetal y luego recubrirlas con pedazos de cuero crudo para finalmente fabricar el primer balón de fútbol. Por supuesto que entonces no existían grandes trasnacionales que reclamaran los derechos de patente ni campeonatos locales o mundiales que lo declararán el balón oficial del torneo. Esta inusual costumbre vendría siglos más tarde, como consecuencia natural e insoslayable de la condición y evolución del homo sápiens.

En 1839, otro invento contribuiría enormemente en el progreso del balón de fútbol: el caucho vulcanizado de Charles Goodyear. Hasta entonces los balones se comportaban de manera impredecible, algo similar a una “pelota loca”. A estas alturas me es imposible evitar una digresión y abrir un pequeño paréntesis para dejar fluir una interrogante que baila una especie de calipso en mi cabeza: ¿tendrían los grandes cobradores a balón parado, como Roberto Carlos, Ronaldinho Gaucho, Zidane, Juan Román Riquelme o David Beckham, frente a aquellas veleidosas pelotas locas, alguna posibilidad de forjarse la reputación con la que cuentan en nuestros días? Tal vez la pregunta sea algo ociosa, morbosa e igualmente inútil, pero, sin duda, no exenta de validez.

Antes del caucho vulcanizado, los modelos de balones utilizados estaban compuestos por doce a dieciocho piezas (los actuales usan treinta y dos) y se recubrían de cuero vacuno y bovino, aunque cuando los tiempos no eran favorables, se utilizaba piel de caballo y de conejo resultando su calidad ostensiblemente menor. El invento de Goodyear transformó esta realidad además de muchas otras. Él mismo, en 1855, diseñó y fabricó los primeros balones de fútbol de goma vulcanizada.

En 1872, la English Football Association realizó una revisión de su reglamento, creado nueve años atrás, para fijar las dimensiones y presión con la que debían fabricarse los balones de fútbol. Todavía hoy esas disposiciones continúan vigentes y son respetadas por la FIFA. Casi un siglo después, en el mundial de México ‘70, otros dos factores influirían en el diseño del balón de fútbol e incidirían en su rápida evolución en los años que siguen hasta nuestros días: la compañía Adidas y el mito Pelé.

Como tantas otras historias de objetos manoseados por un carácter mercantilista, a partir de esta fecha, el balón de fútbol entró en la espiral de lo espectacular. Ya no bastaba con que los balones fueran relativamente esféricos, livianos y resistentes: incluso debían de ser construidos veloces como las moscas. Sin embargo, del mismo modo que una moneda ostenta dos caras, la carrera hacia la perfección del balón de fútbol involucra a dos sujetos: ganadores y perdedores.

Dejando a un lado cualquier pretensión que vaya más allá de las canchas de fútbol y de los noventa minutos reglamentarios, estas notas no harán ningún tipo de referencia a las enormes ganancias de las marcas fabricantes ni a las condiciones de explotación en las que millones de trabadores viven en el tercer mundo para producir un balón. Entre ellos niños que deberían usarlo sólo para jugar. Mi interés es más elemental y deportivo: atacantes y arqueros.

Cada vez que un nuevo modelo de balón es presentado al mundo futbolístico, hombres como Bufón, Casillas, Oliver Kham y Víctor Valdés arrugan el ceño y guardan silencio. Otros, como Ronaldo, Terry Henry, Mista, el moro Morientes, Giuly o Van Nistelrooy no esconden su enorme satisfacción y entusiasmo por patear al nuevo juguete. Una vez más se repite la dantesca escena que ha acompañado a la historia de la humanidad: el perdedor calla y espera; el ganador canta y avanza.

Sería difícil y arriesgado predecir el futuro del balón de fútbol para los próximos, digamos, diez años. Más razonable sería acudir a la sentencia del argot deportivo que citan algunos comentaristas: el balón es redondo. No cabe duda que su sencillez extrema invita al escepticismo y a la sospecha. Aun cuando es preferible acudir a ella en lugar de decir que “el balón es una esfera”. Y esto sin ánimos de transitar territorios que domina la ironía o jugar a los dobles sentidos, sino porque, simplemente, los griegos ya no miran las cosas como solían hacerlo en la antigüedad. Y esto incluye, desde luego, a las figuras geométricas.

* Este texto fue escrito, por encargo, durante algún día de 2005, en vísperas del mundial de fútbol Alemania 2006.

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