martes, 8 de mayo de 2007

Mrs. Klein nos invita a su casa


La primera palabra que se me viene a los dedos al escribir esta nota es intimidad.

Porque intimidad es lo que derrocha el montaje de la pieza de Nicholas Wrigth, “La señora Klein”, que se presenta en la sala Horacio Peterson del Ateneo de Caracas, bajo la dirección de Orlando Arocha y la producción general de la institución privada Espacio Anna Frank.

La abigarrada escenografía, según los gustos de la época, hace sentir al espectador como si también estuviera allí, en esa sala, la sala de la casa de Mrs. Klein, que más que sala será un campo de batalla durante los minutos en que se desarrolla la pieza.

El argumento de “La señora Klein” es como sigue: “Un día de 1.934, la psicoanalista más polémica de Gran Bretaña, Melanie Klein, pionera de la terapia infantil, se entera de la muerte de su hijo Hans en un accidente de montaña. Su hija Melitta, también psicoanalista y detractora pública de las teorías de su madre, sostiene que la muerte de Hans ha sido un suicidio”.

De manera que en ciertos momentos, el público puede llegar a sentirse más fisgón que nunca viendo a madre e hija sacándose los trapitos al sol sin titubeos. Y despedazarse una a la otra sin piedad. Un tercer personaje se mueve en escena, Paula, discípula y una especie de asistente que acaba de contratar Mrs. Klein para que corrija el manuscrito de su último libro, pero cuyo verdadero objetivo es convertirse en paciente (ser analizada) de la reconocida psicoanalista. Tres mujeres con serios problemas de conducta, que parecieran necesitar más que un psiconálisis para superar sus traumas.

Uno no puede más que agradecer este tipo de puestas en escena donde el teatro despliega lo mejor de sí: un texto sólido, una producción y dirección limpias y actuaciones de antología. Me decía un amigo que Diana Volpe está enorme en su interpretación de Melanie Klein, y yo le replicaba, “pero es que no tenía alternativa porque el personajes es enorme”; el tipo de personajes que a los Actores (sí, con “A” mayúscula) les encantaría tener la ocasión de representar puesto que les da la oportunidad de demostrar su talento: imponentes, hiperkinéticos, contradictorios, con un “super-yo” que los desborda... Y así nos dice Wrigth (y Volpe, por supuesto) que es Melanie Klein: una mujer que a veces encandila con su oscuridad.

Catherina Cardozo y Verónica Cortez también nos demuestran sus dotes como actrices en sus respectivas interpretaciones de Melitta y Paula.

Pese a que la sala Horacio Peterson permitió darle a la pieza la intimidad que requería, para mi mala suerte quedé justo debajo del sistema de aire acondicionado, que en mi opinión, no es todo lo silencioso que debería ser.

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